A pesar de tener cuarenta y pocos....no dejo de sorprenderme.
La pasada semana, alguien me pregunto: ¿quieres contar tu historia?
Un silencio cerebral, más que de tipo sonoro, se adueño de mi sistema. De repente, en décimas de segundo, vinieron a mi mente imagines cual trailer de película de fin de semana.
¿Cual es mi historia?
Fruto de esas reacciones innatas, como de supervivencia, pude responder en más o menos cuatro frases las lineas básicas de mi historia....pero la perspectiva me hace recapacitar del como y del porqué de mi historia.

He andado algo distraido con la preguntita
Más allá de la cultura inmediata del Karpe Diem, más allá del presente que solo nos deja la perspectiva de un tiempo que se agota a cada instante y ya es pasado, la historia de cada uno de nosotros, nuestra historia, se me asemeja un reto apasionante en el devenir de mis días.

Hace tiempo que estoy aquí, solo y acompañado de todos aquellos que, por uno u otro motivo, leen mis escritos.

Una lectura superficial de todos ellos, nos pueden indicar que más que explicar algo, me han servido para explicarme a mi mismo en momentos convulsos en donde, mi historia, adquiría tintes grises y deformados y se transformaba en una nube o en niebla. Algo que no dejaba ver más allá.

Nunca había sentido en mis propias carne, en mi ser más profundo, una depresión. Muchos de nosotros, yo mismo varias veces, expresamos ante la pregunta del colega que como va todo....mira un poco depre, dándole a entender que andamos algo tristes, pensativos, dudosos....

Pero una depresión es algo dificilmente descriptible con las limitaciones de mi expresión escrita.

Perder 15 quilos en semanas, apenas dormir a las noches, no poder leer ni pensar, no poder reír, quedarse inmóvil e impávido ante los estímulos, no poder amar, sentir dolor en el alma y no poder sacarlo, caminar cabizbajo en el trabajo, perder el brillo de los ojos, ver culebrones hasta las tantas sin saber que demonios hace ahí, tener que sobreesforzarte desmesuradamente para lavarte, cambiarte la ropa, atender a tus hijos... tener la sensación de que gritas y nadie te oye, ni siquiera tu, pasear con el perro y observar que éste ya no corre alocado buscando compañeros de viaje, sino que se queda a tu lado adquiriendo su paso tu decadente caminar...

Y de repente, o no, empiezas a escribir. Encuentras en la escritura esa voz interior que te permite observarte a ti mismo aunque sea por minutos. Y poco a poco empiezas a dormir mejor. Y poco a poco las reflexiones de aquellos que te quieren y de aquel que te acompaña en este proceso empiezan a labrarse un hueco, un espacio en ese maremagnum de ideas de tu cerebro. Y poco a poco empiezas a aceptar la rutina de la autodisciplina en aspectos básicos de tu vida y las empiezas a trasladar en hábito y te encuentras, de repente, en la ducha sin saber como has llegado ahí.
Y poco a poco empiezas a explicarte tu historia a ti mismo. La observas e intentas observarla como si fuera un cuadro, como si fuera una imagen de ti fuera de ti. Y eso te permite la perspectiva de las cosas y de tu historia.

Y poco a poco vas aceptando tu vida, vas entendiendo los hechos, unos lógicos y otros sin aparente explicación, pero los entiendes.

Y ese pozo negro, ese abismo sin sentido, esa soledad sonora, empieza a adquirir el matiz de la vida.

Yo ando en ello. Intentando dar valor a las pequeñas cosas de mi mundo hasta llegar a hacerlas grandes, inmensas. Creo que ando en ello desde hace muchos años. Y es con la perspectiva del camino recorrido cuando puedo empezar a explicar mi historia.

Gracias Elisenda por acompañarme en el camino, ofreciéndome la guia del mismo, que no es otra que la decisión de escoger el mio.

Hoy ha sido un gran día.

De mañana, pronto, cuando la escarcha aún reposa en la fina hoja de la hierba, cuando el campo desprende ese olor único del inicio; he salido a montar a caballo.

A eso de las siete, entre el rocío y el resplandor del sol que intentaba vencer la espesura de la niebla que nos acompaña, y que me acompaña; he salido a montar.

Suave, tranquilo, sintiendo al caballo entre mis piernas, dejándolo que guíe él su movimiento, acordeando mi cuerpo al firme torso de su cuello; he salido a montar.

El silencio, la paz, el recogimiento, el sonido del espacio eran mi compañía enfilando los caminos que el hombre, poco a poco, ha ido labrando en la madre tierra.

La yegua, sabia y tranquila, acompaña su dulce y rítmico paso con leves sonidos de su cuerpo. Ella, siente el espacio, y se siente así misma en su cadente sonido del impacto de los cascos con la tierra.

En un cierto punto se para, otea el horizonte, eleva sus orejas y arquea sus cuello enfilando su gruesa y espesa cola. Ella, en este punto, se había dado cuenta de que no estábamos solos.

A lo lejos del camino...al fondo de la línea recta de tierra rodeada de árboles de un frondoso paisaje, yacía sentado, observándonos, un joven y encuriosido zorro.

El tiempo, se me asemeja con la distancia, se detuvo. Tres seres delante el uno del otro, observándose.

La yegua, segura, veterana y equilibrada como ninguna, mantuvo la pose y su posición… que es la mía. El zorro, rebosante de curiosidad por semejante imagen, se acerco hacia nosotros lentamente y se detuvo a unos veinte metros. Su cara, joven y curiosa. Sus ojos vivarachos. Su morro afilado. Todo ello se me presentan ahora como un cuadro de naturaleza.

Desde la distancia, el joven zorro apuntaba su nariz hacia nosotros, estirando su cuello hasta la máxima longitud posible, intentando discernir a través de sus sentidos, el sentir de ese momento.

No os puedo decir cuanto tiempo hemos estado así. De verdad, es difícil saberlo. Finalmente el joven zorro , siguió su camino sigilosamente y desapareció por la espesura de al lado del sendero de tierra. La yegua le siguió con un leve giro de sus orejas...y prosiguió su lento y cadente caminar.

Hoy ha sido un gran día